Nacionalizar, liberalizar, privatizar: discurso a cuenta de la futura identidad accionarial de IBERIA
Vienen a cuento estos tres verbos de la 1ª declinación en relación con la posible adquisición de IBERIA -la antaño compañía aérea de bandera española, hoy privatizada y con accionariado mayoritario de capital español- por otra compañía antaño y hogaño de bandera, o banderas, extranjeras. El tema todavía no debidamente cocinado puede precipitarse en una nueva composición accionarial de la compañía o quedarse en agua de borrajas, según el célebre dicho aragonés.
De mayor a menor grado de intervensionismo estatal la cosa teórica va de nacionalización, pasando por liberalización, a la pura y dura privatización. O sea de las manos del Estado a las manos privadas, privadas. La opción que se refiere a la liberalización parece, en la realidad, definir más una situación intermedia que una situación de facto –Estado o empresa privada- y es más un escenario jurídico-institucional que suele anticipar y propiciar soluciones privatizadoras.
No pocas veces suelen confundirse los términos liberalizar y privatizar para significar el paso de la titularidad pública –estado, comunidad autónoma o ayuntamiento- a la titularidad privada. Y tan felices y santas pascuas. Como ya hemos dicho antes, liberalizar es más un estado, transitorio, que una estación de término. Privatizar es pasar de un estado –no de estatal, en este caso- de titularidad pública a otro de titularidad privada. Y, casi siempre, al cien por cien. De uno a otro, sin solución de continuidad.
En el transporte, como en otras muchas actividades económicas, es aconsejable que el paso entre los extremos se produzca transitando por la liberalización que no es otra cosa que la apertura paulatina de los tics monopolísticos y estalizantes hacia los tics, también, del mercado y el dinero privado. En este proceso es bueno que las empresas públicas de transporte discurran hacia la privatización habiendo abordado fórmulas mixtas de colaboración con la iniciativa privada. Incluso, es bueno que una vez finalizados los procesos de liberalización y privatización, el estado, es decir, la empresa pública siga detentando parcelas de esas actividades en exclusiva, como testigos del mercado en aras del cumplimiento de objetivos de transparencia, concurrencia y eficiencia.
En efecto, sí, eficiencia, ya que la empresa pública puede producir eficientemente porque tiene gestores igual o mejores que de los que se dota el sector privado y recursos más que suficientes. Al menos en el transporte de 20 años acá. Otra cosa es que le dejen. Y estos que le dejen suelen ser los políticos de todos ámbitos y pelaje que como juegan con la pólvora del Rey les suele dar lo mismo ocho que ochenta con tal de apañar votos, los sindicatos que cuanto más transporte, dicho así en bruto, ven engordar la vaca y el prado de su poderío, los fabricantes de trenes que ven como la cartera del lobby se engorda de pedidos y hasta los propios ciudadanos que se autojustifican con el argumento de que todo ello es lo menos que les pueden ofrecer ya que para ello pagan sus impuestos. Lo que nadie les dice a estos ciudadanos es que con los impuestos que pagan se puede hacer más con menos, que sobran despilfarros espúrios de índole política, que un operador público no es nadie para transferir recursos públicos a los lobbies de fabricantes de trenes, cuando éstos son innecesarios, a los empleados de la operadora pública que a costa de su seguridad existen carencias en otros servicios públicos de sanidad, educación o investigación.
Es posible que IBERIA pase a tener un accionista mayoritario extranjero. Ese no es el problema, si se admite la postura políticamente correcta de que existe un mercado europeo sin fronteras y una, de hecho, libertad de circulación de personas, capitales y mercancías. El problema principal es que el Estado y los órganos reguladores que de él dependen, al haber perdido un agente en ese mercado, se ha quedado sin métrica de referencia, sin la información y el feeling necesario para saber por donde van los tiros. Y, en todo esto, no sirve la socorrida presencia pública, mayor o menor en el accionariado, ni la célebre acción de oro. El conocimiento y la sabiduría del mercado lo da el día a día de la producción, la competencia a cielo abierto en el mercado y la lucha por la supervivencia empresarial. Si no hay negocio público, por pequeño que sea, no hay referencia, no hay conocimiento, no hay medida del mercado. A largo plazo habremos sustituido monopolio público por monopolio u oligopolios privados.
Para este viaje, no hacían falta estas alforjas. Sabio proverbio manchego y maragato.
1 comentario:
tiene razon el pobre, una vez que las cosas se pribatizan, se deja de tener en cuenta el interes publico :( Saludos
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