El mundo del transporte en general, y del ferrocarril en particular, ha evolucionado espectacularmente durante el siglo pasado y las perspectivas para este siglo XXI siguen esa tendencia; desde las infraestructuras a los modos de transporte pasando por el material, la tecnología, etc. todos los aspectos que rodean a este mundo han ido evolucionando y cambiando. Todos excepto uno, a mi entender, los sindicatos.
Por
Miguel Angel Ahijado Martín
Antes de empezar a tratar este tema quisiera hacer una declaración de principios como premisa de partida. Primero, que me refiero a los sindicatos en su relación con el ámbito del ferrocarril. Segundo, las organizaciones sindicales hoy siguen siendo necesarias, pues tras las conquistas sociales y democráticas logradas durante el siglo pasado es preciso mantenerlas y profundizar en su desarrollo, dentro del entorno económico neoliberal en el que estamos viviendo. Las nuevas tecnologías, la globalización, el avance de los medios de comunicación representan nuevos horizontes para el progreso pero también grandes retos pues bajo su bandera pueden justificarse de nuevo posturas que socaven la justicia social, la igualdad, la solidaridad, la cohesión social, etc. Las organizaciones sindicales deben ser vertebradoras de la realidad social actualizando y consolidando las estructuras socioeconómicas y profundizando en los principios de igualdad solidaridad y desarrollo democrático.
Dicho esto, y partiendo de la premisa de profundización del desarrollo democrático, los sindicatos presentan un déficit tanto en su propia democracia interna como en su capacidad de saber recoger y canalizar las inquietudes de sus propios afiliados y por ende de los trabajadores en general. Aquí es donde los sindicatos no sólo no han evolucionado sino que han retrocedido. Su instalación en el “aparato del Estado” como institución social le ha llevado a perder el norte sobre su razón de ser, sobre su esencia, como es la defensa de los derechos y libertades del trabajador. Sus aventuras por otros derroteros les ha llevado a sonados fracasos en su historia reciente, así como una pérdida en su capacidad de convocatoria y credibilidad, provocando la aparición y auge de sindicatos de gremios, corporativos o de franja que han minado el carácter solidario de la lucha sindical con el resto de empleados.
Claro ejemplo de esto es la creación de un sindicato de gremio en el sector ferroviario en los años 80, con el objetivo de reducir la fuerza y las posibles trabas de los sindicatos mayoritarios que por aquel entonces mantenían posturas inmovilistas, y afrontar con garantías una reconversión necesaria, en dicho sector. Ahora bien, ¿era ésta la mejor solución ante ese reto?. El precio que se ha pagado ha sido muy alto. Ese sindicato ha mantenido su poder durante 20 años y ha ido aumentándolo año tras año con sus presiones manejando a su antojo la huelga y la paz sindical. Se redujeron las plantillas de empleados en el sector, se hizo la reconversión en las empresas pero dicha reconversión nunca llegó a ese gremio, o ¿ahí no era necesario?. Ahora, quién pone el cascabel al gato.
Pero volvamos al tema, perdidos en la búsqueda de su identidad, la desconexión entre las cúpulas sindicales con sus estructuras de apoyo y los trabajadores es cada vez mayor. El afiliado de a pie sabe del valor de estar sindicado pero no confía en esas estructuras que no recogen sus inquietudes y valores sino que defienden intereses del sindicato como institución o en el peor de los casos intereses espurios de las personas que lo representan en los diferentes niveles de poder. Esta cultura ha fomentado que muchos opten, sin más méritos, por la carrera sindical como medio seguro para ascender. Debemos terminar con la figura del “sindicalista” que hace de su servicio una profesión de por vida, y desde su poltrona de poder impone sus criterios a los afiliados y a los trabajadores. Los propios sindicatos deben ser los más empeñados en contribuir a erradicar esa asociación de ideas más parecida a la de los “padrinos” de otro tipo de sindicatos.
Esto es así, hasta el punto de que muchos delegados de las propias organizaciones no creen en el sistema, hartos de hacer planteamientos nuevos para intentar cambiar cosas desde dentro, y al final se ven abocados a retirarse de ese mundo. Así, es frecuente oír el comentario de “el que es un poco serio y honrado acaba saliéndose”.También, los Sindicatos caen en el error de defender posturas uniformes de tabla rasa para todos, en aras de la igualdad. No somos iguales. Por lo que se debe luchar no es por la igualdad uniformizante, propia del comunismo más rancio, porque con los mismos recursos cada uno obtendrá, según su esfuerzo y capacidad, resultados diferentes. Por lo que deben luchar los Sindicatos es por la igualdad de oportunidades, y que cada uno obtenga según sus merecimientos y esfuerzos, sin discriminaciones de ningún tipo, ni negativas ni positivas.
Por otro lado, cada vez se han ido perdiendo más beneficios sociales por no decir que han desaparecido de las mesas de negociación de los convenios. Dentro del mundo económico neoliberal en el que nos movemos son precisamente los Sindicatos los que deben inclinar la balanza en pos de mejoras de tipo social pues el mercado, puro y duro, nunca va a tenerlas en cuenta.
En el siglo de la tecnología y de las nuevas comunicaciones es preciso que los Sindicatos, en este sector del transporte, vuelvan a beber de la fuente primera, que son los trabajadores, ahondando en el valor no sólo como trabajador sino como persona, como individuo y profesional, en la comunicación con éstos, en la búsqueda de medios de participación y en la democracia interna para aportar soluciones a los problemas reales.
Creo que hay que recuperar el carácter participativo real, social y solidario, de las reivindicaciones sindicales. Si los sindicatos no se abren, se flexibilizan y evolucionan tenderán a desaparecer. Y ¿qué organismo llevará adelante ese trabajo en el nivel laboral y profesional?. Los partidos políticos –pendientes también de profundizar en su democracia interna- pondrán impulsar parte de esas reformas sociales, si éstas están en sus programas, pero su alcance a estos niveles será escaso. ¿En manos de qué o quién quedará?, de los poderes o sindicatos gremiales tal vez... Los retos que se nos van a presentar en el mundo del transporte durante los próximos años van a precisar del esfuerzo, trabajo y ayuda de todos los agentes sociales y todos sin excepción deberán ir evolucionando para adaptarse a las necesidades que el progreso nos exige y ofrecer los mejores servicios de transporte que los ciudadanos demandan dentro de un marco de respeto al medioambiente y de sostenibilidad.
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