30 marzo, 2008

Una bella ensoñación

La Alta Velocidad, ¿un cisne negro?


Por

José Enrique Villarino Valdivielso



A mis amigos de Alta Velocidad-Larga Distancia, de Cercanías y de RENFE Operadora, a mis colegas de La Dirección y el Gabinete de Proyectos Estratégicos.


Un cisne negro es una rara avis. Creo recordar haber leído que en Georgia se había dado el caso de constatar la existencia de un cisne negro. Como algo insólito. De pequeño en el parque Rosalía de Castro de mi pueblo, entre los llamados parrulos, había cisnes. Nunca me pregunté por qué eran blancos o marrones, o blancos y marrones, pero no negros. Casi todos eran blancos. Ninguno negro. Dice el matemático, especialista en incertidumbre, Nassim Nicholas Taleb, último gurú en estrategia y gestión empresarial en su última obra "El cisne negro", que algunos de los acontecimientos que de vez en cuando ocurren son cisnes negros, excepciones improbables, impredecibles e imprevisibles. Cita como ejemplos Internet, Google, YouTube, el 11-S y un puñado de acontecimientos más –seguro de los hay a miles en la historia- , a partir de los cuales, las cosas ya no son iguales. La historia, según esta teoría, avanza reorientándose por acontecimientos imprevisibles. No se …, no me acaba de convencer mucho este discurso porque ¿qué pintamos entonces todos los demás con tantos y tantos actos cotidianos, de millones y millones de personas? Una visión, cuanto menos, algo singular, bastante elitista e individualista.

No obstante, en el ferrocarril, por ejemplo, las Cercanías han devenido en ser un cisne negro para el transporte metropolitano al igual que la Alta Velocidad para el transporte ferroviario de viajeros de larga distancia, en un mercado caracterizado por un ferrocarril renqueante, a punto de dar sus últimas bocanadas frente al automóvil, ese Thyranus Depredator del presente y el futuro. Irrumpe, de pronto, la Alta Velocidad como un nuevo modo, ferroviario sí, pero un nuevo modo que lo trastoca casi todo. Trastoca la aviación, batiendo sus tiempos de viaje, trastoca al bus, noble y heráldico modo pegado a las curvas de nivel, trastoca a su progenitor el ferrocarril nacido en las postrimerías del XIX, trastoca las expectativas de ciudadanos y políticos.

La Alta Velocidad es un cisne negro en la medida en que ha cambiado los paradigmas del transporte de las medias y largas distancias, a punto está de zamparse al avión en este menester, y mantiene expectativas de seguir en este empeño con el autobús y el vehículo privado. Pero su irrupción no era imprevisible, ni improbable, ni impredecible. Era sencillamente, necesaria. De no ser así, hoy no lo estaríamos contando. El ferrocarril de viajeros sería una historia, tan actual como aquella en que una máquina jadeante cruzaba el far-west luchando con unos indígenas empeñados en cargarse al humeante convoy. Los indios de entonces, que bautizaron al tren de entonces como el caballo de hierro, dirían asombrados y estupefactos que la Alta Velocidad, más que un cisne negro, ser gacela de hombre blanco que vence el rayo de la mirada y la prisa del tiempo. Algo muy parecido a una bella ensoñación.

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