06 julio, 2007

¿Y si las estadísticas son cosa de comunistas?

Por
Carlos Sánchez
02/07/2007

La pobreza intelectual que atesora este país -digna de ser investigada por el Odyssey- ha creado una curiosa paradoja. Los datos macroeconómicos reflejan una España que crece y que va viento en popa. El Producto Interior Bruto (PIB) aumenta en el entorno del 4%; se crean cada año medio millón de puestos de trabajo; la inflación está básicamente controlada; la deuda del Estado en circulación se bate en retirada e incluso las cuentas públicas (sobre todo las de la Seguridad Social) presentan un saneado balance desconocido en los últimos dos siglos.

A tenor de esos datos vivimos, por lo tanto, en el mejor de los mundos posibles. Es verdad que el sector exterior está hecho en unos zorros, pero hoy por hoy no parece que un problema de balanza de pagos preocupe en demasía a los ciudadanos. Es difícil imaginar manifestaciones en las calles gritando contra el abultado déficit del sector exterior (el más grande del mundo, por si alguien no lo recuerda).

Sin embargo, y aquí está la paradoja, si usted tira de encuestas o habla con sus vecinos se dará cuenta de que los problemas de los españoles no sólo son claramente perceptibles, sino que están ahí para recordar a todos que hay vida más allá de las grandes cifras macroeconómicas. Por decirlo de una manera sencilla: no es oro todo lo que reluce. Un número importante de familias tiene cada vez más dificultades para llegar a fin de mes; cientos de miles de trabajadores se quejan de sus condiciones laborales y salariales, el fracaso del sistema educativo es más que evidente y hasta algunos fenómenos vinculados a un cierto desquicie de la sociedad (violencia contra las mujeres, accidentes de circulación o problemas de drogodependencia) demuestran que las cosas no van todo lo bien que debieran. Y ello sin hablar de pensiones mínimas o del desigual reparto de la riqueza nacional.

Una contradicción que no inquieta

Hay pues, una evidente incoherencia entre los datos macroeconómicos y las realidad de la calle, pero no parece que esta contradicción inquiete a la clase política en el poder, más preocupada en vender un potaje de datos macroeconómicos que en cocinar un auténtico menú de alto valor nutritivo. Estamos justo en la situación contraria a los años 50, cuando un ministro franquista de la época animaba a los periodistas a recelar de las estadísticas con el argumento que “eran cosa de comunistas”. Ni tanto ni tan calvo.

Es algo más que evidente que un buen cuadro macroeconómico es esencial para poner en orden el país. De eso no hay ninguna duda. Pero dicho esto, a lo mejor ya es hora de que el Parlamento comience a debatir los problemas de fondo de los españoles.

Resulta patético comprobar que un asunto tan serio para la economía nacional como el de la vivienda -con sus repercusión sobre el nivel de endeudamiento de las familias o sobre la movilidad laboral de los trabajadores- no haya merecido ni un sola sesión monográfica del Congreso de los Diputados. Nada de nada. Ni siquiera se ha habilitado una triste subcomisión para estudiar la situación y apuntar posibles soluciones. Y qué decir de la naturaleza de un problema como el de los salarios. ¿Conoce usted algún documento oficial sobre las consecuencias de estar construyendo una sociedad de bajos salarios y escaso poder adquisitivo? No sólo por los efectos sobre el consumo agregado, sino también en relación a la sobrecualificación de muchos trabajadores. Estamos formando camareros o telefonistas gastando dinero en las mejores universidades del país.

No se trata de un problema menor. La Historia ha demostrado hasta la saciedad que cuando la clase política se aleja de los problemas que preocupan a los ciudadanos surgen fenómenos sociales indeseados en forma de abstención. Esto en el mejor de los casos, porque en otras ocasiones el alejamiento provoca el nacimiento de grupúsculos radicales capaces de articular políticamente esas demandas sociales.

Recordaba el profesor Velarde hace unos días durante un homenaje a Enrique Fuentes Quintana unas célebre frase del Hayek en la que venía a decir que la economía era una ciencia extraña. Mientras que en otras disciplinas académicas siempre se progresa -a nadie se le ocurriría hoy inventar el motor de vapor-, en economía, y no digamos en política, hay retrocesos, en algunos casos de carácter dramático. No estaría de más que alguien hiciera caso al viejo maestro del liberalismo, al menos en esta cuestión.

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