Recientemente he visitado el nuevo centro comercial de la madrileña estación de ferrocarril de Príncipe Pío. La verdad, es que temía hacerlo y ello explica que haya tardado tanto en decidirme. Tengo que decir que en absoluto me gustó y luego comentaré por qué.
La arquitectura contemporánea del transporte de la segunda mitad del siglo pasado acá, al menos en España, ha tenido poca suerte tanto en sus nuevas realizaciones como en buena parte de las remodelaciones llevadas a cabo. Ello es aplicable tanto a las estaciones ferroviarias y no digamos a las terminales de autobuses. Lo mismo cabe decir de las aeroportuarias, con alguna excepción, en menor medida las portuarias y, quizá, la excepción sean los puentes y viaductos que además de los avances en las tecnologías constructivas han tenido aciertos estéticos innegables. Calatrava facit
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Si nos ceñimos a las estaciones, tanto de autobuses como ferroviarias, las primeras se llevan la palma en el estilo cutre que las caracteriza, casi todas ellas de finales de los años 70, 80 e, incluso, 90. Implantadas en zonas céntricas o periurbanas de la principales ciudades, su estilo se asemeja a las antiguas realizaciones del sindicato vertical franquista y su entorno no desmerece de sus cualidades arquitectónicas, o al revés.
Si nos ceñimos a las estaciones, tanto de autobuses como ferroviarias, las primeras se llevan la palma en el estilo cutre que las caracteriza, casi todas ellas de finales de los años 70, 80 e, incluso, 90. Implantadas en zonas céntricas o periurbanas de la principales ciudades, su estilo se asemeja a las antiguas realizaciones del sindicato vertical franquista y su entorno no desmerece de sus cualidades arquitectónicas, o al revés.
Las nuevas estaciones ferroviarias, que en menor número, datan de finales de los 60 y principios de los 70, no les van a la zaga. En la mayoría de los casos han sido remodelaciones tan, tan integrales que prácticamente son estaciones de nuevo cuño y siguen los patrones de las edificaciones oficiales de aquellos años y el cliché del desaparecido SENPA, organismo de almacenaje y política intervensionista del trigo en la dictadura. La diferencia con las estaciones de autobús es que las estaciones de ferrocarril son herederas de un estilo, armónicas en hierro y ladrillo, de finales del XIX y primera mitad del siglo XX y que por ser un número mucho más elevado y más grande el interés que haya sido en cargárnoslas todavía no haya sido posible. Pero, camino llevamos.
Dos actuaciones arquitectónicas emblemáticas en estaciones de tren son las estaciones de Madrid-Atocha de cercanías, de nueva construcción y la remodelación para cercanías y usos comerciales de la estación de Príncipe Pío.
La nueva, ya no tanto, estación de Atocha-Cercanías de Moneo es un despropósito estilístico y funcional. Así como suena. No pudo ser mayor el desacierto desde el punto de vista de la funcionalidad ferroviaria que ha tenido que ser paliado con posteriores intervenciones. Aún así, su acústica es lamentable, la accesibilidad y la multiplicidad de niveles serían disuasorios de su uso si no fuera por pura necesidad de hacerlo, la disposición de los espacios, fondos de saco, nula iluminación etc propician la marginalidad que sólo puede ser neutralizada en parte con una iluminación que sería ruinosa, etc. Su vecina, la estación de AVE tampoco es que sea un paradigma de acierto estético pero al menos es más diáfana y abierta. Pero la accesibilidad de los viajeros al tren, algo que debe ser sencillo y fácil, no puede ser más obtuso y complicado ya que el acceso principal está a una distancia de cuatro niveles de la cota de vía. Razones habrá, yo no veo ninguna, y alguna mente preclara será la autora de tal desaguisado. Menos mal que todavía está en pie la vieja estación, aunque eso si, horteramente rehabilitada con jardín propio de las latitudes de Sao Paulo u otras similares y altísimos costes de mantenimiento.
Respecto de la remodelación de Príncipe Pío cabe decir otro tanto. Lo más grave, que también lo es, no es la remodelación en si, como el concepto de la remodelación. Meter un auténtico zoco en mitad de una estación bajo una marquesina que es una joya y una pieza de arte, no es un despropósito, son mil despropósitos. El resultado es un laberinto de comercios apiñados, mostrando al exterior sus fachadas traseras como si de un desván se tratara. No hay diálogo alguno entre lo antiguo, no viejo, y lo nuevo. Entre los estético y el pastiche pseudo fashion.
¡ Qué pena todo el espacio ocupado por tanto metacrilato y falso aluminio !. Ya nunca podrá contemplarse la belleza austera y diáfana del espacio atrapado por tan hermosa marquesina. ¡ Qué divorcio tan evidente !
La guinda a tal atentado se consumó años antes. La nueva estación de cercanías es el tercer actor en discordia. Inexistente, dispersa, con altibajos, sin ordenación alguna, de pegote dentro del mejor estilo antifuncional citado y dislocada respecto de todo. Peor, imposible.
Menos mal que hay algo bueno que llevarse a la boca. Por ejemplo la estación barcelonesa de Francia que sin ser la remodelación algo del otro mundo, es otra cosa.
En el caso las remodelaciones ferroviarias el mal reside en un afán desaforado y atolondrado de remodelar todo lo remodelable con la única finalidad de meter con calzador espacios y espacios comerciales que, más tarde, fracasan estrepitosamente económicamente por una mala gestión y un enfoque comercial erróneo. Ejemplo los Vialias y demás. Las estaciones son lo que son y en ellas no cabe todo. Menos deben caber el mal gusto y la improvisación. Lo malo es que el daño ya está hecho y el desafuero cometido, y muy difícil de reparar la antigua belleza e integridad de nuestras antiguas y queridas así, antiguas, estaciones.
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