24 octubre, 2007

Las organizaciones, sistemas de emociones y valores


Una organización inane
Por
Vivaldi


________________________________________________________
inane.
(Del lat. inānis).
1. adj. Vano, fútil, inútil.
Real Academia Española © Todos los derechos reservados

________________________________________________________

Después de algunos minutos de reflexión ésta es la acepción que creo mejor define, de algún tiempo acá, la organización en la que trabajo. Según el diccionario de la RAE, inane es igual a vano, fútil, inútil. Así es y así parece confirmarlo la realidad.

Es una organización que ha devenido en vana porque como vuelve a decir la RAE está falta de realidad, falta de sustancia, falta de entidad o también, en otra segunda acepción, porque es insubsistente. Nada peor para una organización y sus integrantes que ésta carezca de sustancia, de entidad, porque supone la pérdida de nuestras propias señas de identidad, porque nos acerca a un modelo de organización enfermo en el que cada vez es más difícil dar razón de si misma y de nosotros mismos como trabajadores y, algunos, como responsables. Inexorablemente es este un modelo que conduce directamente a enfermar de alzheimer empresarial, a convertirnos, poco a poco, en vegetales incapaces de estar coordinados, ilusionados, conscientes de nosotros mismos, para pasar a ser dependientes, en la casi totalidad de nuestras funciones, de otros. En el caso de los mercados ello supone desaparecer radicalmente como empresa, como organización. Esta vanalidad conlleva que no exista ilusión, ni conocimiento, ni innovación, ni valores que le den urdimbre –a la propia organización ni a nosotros sus empleados, entre sí-.

Es una organización fútil porque es una organización de poco aprecio, de poca importancia. Y ello es grave, muy grave en lo que se refiere a la opinión que puedan tener sus propios integrantes, las personas que en ella trabajamos porque dibuja un perfil de nosotros mismos muy próximo a una situación de baja autoestima, de una conciencia negativa de nosotros mismos. Este poco aprecio se traduce en una baja competitividad, lo que, a su vez, se traduce en una bajo aprecio social y en una mala imagen de nuestros clientes, proveedores y conciudadanos, en un proceso que se autoalimenta a sí mismo y que, también conduce a la expulsión del mercado. Pero, ojo, mientras haya subvención, aparentemente aquí no pasa nada, salvo los altos, altísimos costes personales de los empleados en frustración, disgustos, desazón, enfermedades, etc. Una organización enferma de esta guisa, sin subvención, está abocada al fracaso, a la extinción. Es una organización no sostenible –antes solíamos decir insostenible- porque es incapaz de generar los recursos suficientes por sí misma que garanticen su permanencia en el tiempo, en el futuro. Algo menos sostenible que una organización subsidiada, imposible.

Es una organización inútil porque, echando mano de una obviedad, no es útil. Y esto vuelve a ser muy grave porque los mercados hablaban a través de lo que los economistas en nuestra jerga tontorrona llamábamos las funciones de utilidad que hoy día son funciones de valor. Hoy día no basta con ser útil, con cumplir a trancas y barrancas con lo que se nos pide cuando es la propia sociedad quien nos pone encima de la mesa los recursos para hacerlo, sin necesidad de tener nosotros que buscarlos. Hoy día es necesario crear valor, ser útil, por supuesto, y algo más. Devolverle a la sociedad algo que le sea de utilidad –menor tiempo de transporte, puntualidad, confort, divertimento, alegría, buen trato, modernidad, etc- y algo más. Una organización que no añada valor para sus clientes a lo que hace o produce, se agarrota, se entumece, se acaba paralizando, porque también dice el diccionario que inútil es quien no puede trabajar o moverse por impedimento físico. Y añado yo, por impedimento físico y/o mental.

A estas alturas me parece que no es necesario que os diga la empresa en la que trabajo. Buenas noches.

No hay comentarios: